Diario de motocicleta

En los últimos 3 meses he estado viajando con Rodrigo y Oscar, unos hermanos, diferentísimos uno del otro y muy parecidos también. Dos de los pocos caballeros que quedan, de buen corazón y otras imperfecciones. Oscar por Magia, esa que nos acompaña en todo el viaje, ganó una moto. Ganó, suena como si se la hubiera ganado en el bingo, bueno no así, pero casi. La verdad es que ganó un concurso de la FIFA para comprar entradas para los juegos de la Copa del mundo en Río de janeiro, en el Maracanã a precio accesible, y, con lo que revendió una entrada (la de la final), le alcanzó para comprar la moto y otras cosas más.

Con moto el viaje dio un nuevo giro. Pero somos 3. Uno tendría que viajar en autobús o pidiendo cola (carona) y encontrarse con los otros dos en el pueblo destino. Ese uno casi siempre era yo. Resulta que gasté todo mi dinero porque tenía miedo de hacer carona sola y los autobuses en Brasil son carísimos. Decidí probar ir en moto así que esta es la historia de mi primer viaje en moto: desde Itacaré a Feira de Santana.

No había querido viajar como copiloto en la moto. Con viajar quiero decir recorrer una distancia considerable (más de 100km) con la mochila en la espalda (la mía debe estar por el orden de los 30 kilos), las alforjas llenas de libros a los lados, casco gigante, una mochila adelante (de Oscar), a unos 70km/h (lo cual aumenta el peso de la mochila, no quiero ni saber cuánto), recibiendo mosquitos, palomas, sí, palomas, viento, lluvia y sol. Me armé de valor y decidí intentarlo al menos una vez.

Me levante temprano y nerviosa, arreglé la mochila lo más simétrica posible para equilibrar el peso en mi espalda, mientras esperaba a Oscar y Rodrigo que habían ido al pueblo a llamar a su mamá, quizá por mis nervios o porque hay días en los que uno se siente así: me vino el pensamiento de que el día sería largo. Oscar y Rodrigo no encontraban tarjetas de teléfono por ninguna parte, una vez que encontraron, pasaron horas buscando un teléfono público que estuviera bueno (los Orelhões, como se llaman en Brasil, son una de esas cosas que no le deseas a nadie), cuando regresaron ya era tarde. Quería salir más temprano para aprovechar el sol, pues el viaje duraría unas 4 horas aproximadamente, calculando la distancia que teníamos que recorrer.

Anoté la ruta de Googlemaps: Itacaré Feira de santana: 310km por la BR 001 para al final agarrar la BR101 (nótese la similitud).

Una vez sobre ruedas:
Primer error: Oscar se equivocó y tomó la BR101 desde el principio; yo me había percatado de esto pero no conseguí comunicarme y la verdad, era confuso. Esta decisión nos desvió de la autopista unos 50km por carretera de tierra.

Superado el primer evento desafortunado, se cae el silenciador del tubo de escape en plena calle a eso de las 4 de la tarde y la moto comienza a ser escandalosamente insoportable. Una señora se paró en un carro y nos hizo señas para decirnos por donde más o menos había caído el pedazo de tubo de escape y nos recomendó buscarlo, lo cual hicimos, sin éxito, perdiendo entonces, unas valiosas horas de luz.

Resulta que la pieza en cuestión, que no conseguimos nunca, no era necesaria para el funcionamiento normal de la moto pero sí para no escuchar un ruido estruendoso durante lo que quedaba de viaje. Era como ir en un carro con resonador. Decidimos seguir así.

Nos detuvimos en una estación de gasolina y usé mi cara de cansada (y hambrienta) para pedir comida (no teníamos dinero) en uno de esos restaurantes de comida por kilo. Nos dieron un plato con todos los tipos de carnes (todos os bichinhos), arroz, caraotas (feijão) y ensalada. Comimos y nos dio sueño. Ya era de noche, decidimos descansar un poco en una gramita cerca del restaurante. Media hora después volvimos a las ruedas.

En el medio de la carretera, a eso de las 9 de la noche, con el cielo lleno de estrellas y la luna preparándose para salir, la moto perdió sus fuerzas. La cadena se quebró y la moto se apagó en la mitad de una subida en el medio de la nada, con la noche lunática encima de nosotros.

Con moto y equipaje a cuestas caminamos hacia las luces más cercanas y que eran de una fábrica de algo de yuca que parecía más bien un club de militares. Los guardias nos prestaron el teléfono para comunicarnos con Rodrigo, que había decidido pasar un día más en Itacaré, y nos quitaron toda esperanza de conseguir algo a esa hora y cerca para arreglar la moto.


De repente uno de los guardias dice que podemos dormir en un estacionamiento para camioneros que la empresa tiene en sus instalaciones, que tiene un baño y un espacio techado donde podíamos armar una cama. Armamos una cama con toda la ropa del bolso, y aunque parece ilógico, fue una noche romántica.

A las 7 de la mañana el guardia nos levanta y nos dice que consiguió una cola (carona) para el pueblito más cercano, Oscar fue mientras yo arreglaba las cosas. A la media hora volvió a buscarme con un chamo y otra moto: andamos unos 6 km, yo de copiloto en la moto de nuestro nuevo amigo, quien iba empujando con el pie la moto de Oscar, que Oscar manejaba. Para mi fue el momento más tenso pero una vez más Magia nos acompañó.

Llegamos a la casa de Bruno (nuestro nuevo amigo) y Oscar metió la moto adentro de la casa. En la mesa de la cocina, desayuno para mi (Oscar ya había comido) y en la sala, Bruno comenzó a martillar, desarmar, cortar, pegar, lijar, chispas, rayos y centellas hasta que por fin (2 horas después) consiguió colocar un eslabón de una cadena más grande a lo que quedaba de cadena. Al salir toda la familia subió hasta la puerta y se despidieron, Bruno no quiso cobrar nada y aún así nos regalaron bananas del jardín para el camino. Una vez más volvimos a las ruedas, esta vez sin mayores tragedias, aunque quedaban 200km y yo nunca había estado tan cansada.



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