Pequeña reflexión acerca de las diferencias sistemáticas del caos y el orden, de la crisis y el capitalismo de Venezuela y Brasil, de Mérida a Paraty
Hace 3 meses que estoy en Brasil. Comencé desde
cero (en dinero). Me mudé de país así que sólo traje lo que cabía en mi maleta
que no debía pesar más de 23 kilos. Cosas.
En fin, no es de gratis que
reflexione tanto sobre el tema de las necesidades y los apegos.
Obligatoriamente tuve que reducir mis cosas a una maleta y conformarme con eso.
Estudio las bases del minimalismo y trato de aplicarlo a mi vida, por un lado,
para no caer en depresión por lo poco que poseo y por otro, para que las cosas
no me posean a mí.
Hoy cumplo 3 meses de haber
llegado aquí a Paraty, una ciudad pequeña, pequeña en comparación con otras
ciudades de Brasil, enorme si se compara con cualquier otra ciudad de otros
países, costera, playa, ríos, paisajes increíbles, monitos de esos de la
película de Río por todos lados, los amo. Es un destino turístico con muchos
eventos y festivales.
Ya tengo trabajo, o bueno, medio trabajo,
sólo trabajo 3 horas, haciendo desayunos en una posada como la que algún día
quiero tener, y hablando de querer, quiero, quiero y quiero tantas cosas,
quiero hacer tantas cosas, comprar un montón de vainas que antes ni pensaba
querer.
Se puede pagar todo en cómodas
cuotas que al final sale un poco más caro, pero sacia tus ansias inmediatas de
comprar. Instagram te vende cursos y cosas interesantísimas cada 5 fotos, y ni
hablar del olvidado y abandonado Facebook que ya empezó a mostrarme de nuevo lo
que me interesa y no un montón de gente que no sé quién agregó. Para cualquier
cosa gratis debes llenar un formulario con tu valiosa información y luego
recibir muchos emails de cosas que no puedes pagar. Pareciera que todas las
redes están conectadas, buscaste un producto en mercadolibre y aparece una promoción
en Facebook, una foto de alguien que lo hace en Instagram y cómo hacerlo en
Pinterest.
A veces pienso que la gente está
más consciente de todo esto, pero luego descubro que detrás de todo ese
discurso de conciencia, minimalismo, ecología, y otros temas que están de moda,
siempre están vendiéndote algo, hay siempre un negocio y bueno, pero es que
cómo logras vivir en sociedades capitalistas sin producir dinero.
Desde la situación en la que me
encuentro, no dejo de pensar en cómo sacarle plata a todo lo que pasa frente a
mí.
Estoy cayendo en las trampas de
este sistema, paso horas en el teléfono, en Netflix viendo qué voy a ver, trabajando
para pagar las cuentas, el alquiler y la comida. Me siento atrapada, no puedo dejar
el trabajo porque cómo voy a pagar la casa, el Internet, el saldo, la luz, el
agua, el gas, netflix, el celular, el curso de cómo hacer tu propio negocio o
el de cómo vivir viajando, además de la comida y los productos básicos. Todo
esto me lo pregunto tomándome una cerveza, en la que gasto un diezmo de mi
salario sin darme cuenta.
Pero ya va, hace cuatro meses no
estaba sumergida en esta esclavitud moderna de deudas y trabajo. Dónde estaba
hace dos meses_ ahhh sí, en Venezuela.
La verdad es que en Venezuela no
te da tiempo de pensar en comprarte cosas o en hacer un curso. Tampoco es
rentable trabajar. Hay que salirse del sistema y vivir en el caos.
En los últimos 3 años se han
hecho dos reconversiones monetarias así que sí la hiperinflación te sigue
sorprendiendo agrégale 8 ceros más.
Venezuela es un país en el que
vas a una panadería y preguntas si hay pan. En los últimos meses hasta la
gasolina, derivada del petróleo del que tanto alardeamos tener, ha estado
escasa; se hacen colas infinitas para abastecerse de gasolina y pagarla con monedas
porque sigue siendo absurdamente barata. Es más fácil cuadrar marihuana que
comprar harina. Un país en el que te da más miedo que se te acerque un policía
que un malandro, en el que la guardia en vez de protegerte está buscando como
joderte. El transporte funciona al 20%,
la frase más común cuando preguntas por algo en cualquier establecimiento que
se supone que vende el algo que estás buscando es no hay.
Un país en donde sale más barato
comprar una casa hecha que construirla tú mismo. Te cobran por respirar con la
excusa de que todos estamos jodidos. El internet es pésimo, hay un montón de páginas
bloqueadas, ya casi no hay emisoras de radio y canales de televisión que no
estén a favor del gobierno. Racionamiento de los servicios básicos, falta de
medicinas esenciales. Todo el que ha vivido un buen rato de este periodo ha
adelgazado y poco a poco se ha desesperanzado hasta disminuirse en un
sobreviviente.
La vida se va en buscar comida,
llenar los potes cuando llega el agua, esperar tener un poco de señal para
hacer las transferencias de productos que no puedes pagar en efectivo, buscar
una medicina, cocinar a leña, cuadrar tu caja del CLAP (para quien no lo sabe
es una caja con comida no perecedera que el gobierno le vende al pueblo para
que no se muera de hambre), abastecerse de gasolina, buscar quien de todos los
mercados tiene un precio viejo (de la semana pasada), colas para comprar
productos regulados y un montón de nimiedades tan absurdas que no vale la pena
seguir enumerando.
Ya no estoy en Venezuela, vengo
con eso. Vengo con eso y me siento desencajada. Entro en cortocircuito cuando
veo a la gente botar comida, malgastar el agua o cuando me encuentro vainas
útiles en la basura. La primera vez que fuimos al mercado me mareé de ver tantas
cosas, pasillos y pasillos llenos de miles de marcas distintas, precios con
unos céntimos de más, céntimos de menos, a mitad del recorrido estaba cansada,
quería salir corriendo.
Ahora bien, todo tiene sus pro y
sus contras. En Venezuela, como muchos saben, vivía en una burbuja mística
montañosa llamada La Azulita, un pueblito andino, en una aldea llena de
hippies, chamanes, gurúes y locos que se llama San Luis, en una calle famosa
por el turismo espiritual que se practica ahí que se llama Ciudad fresita,
aunque no era para nada citadina ni había fresas. No tenía televisión, la señal
de Internet daba para ver 4 o 5 fotos en Instagram y ya aparecía el circulito
de espera y olvídate de videos o Facebook con el celular que tenía. Bajaba al
pueblo una vez por semana a abastecerme de lo que había. Afortunadamente
conseguía un yogurt delicioso, frutas y verduras y me llegaba mi caja del CLAP,
café y porro. No tenía acceso a muchas cosas. Compraba lo que había y ya había
llegado a un punto en el que no extrañaba lo que no veía. No me provocaba
comerme un chocolate, un cocosette, una galleta. No estaba interesada en
comprar ropa o zapatos. No me importaba tener mi perol de celular. Todos los
cosméticos que precisaba, buscaba como hacerlos y los producía yo misma. Igualmente
con las medicinas. Consultaba libros de recetas, de medicina natural,
intercambiaba ideas con los vecinos, aprendí a hacer lo que necesitaba, por
necesidad.
No prefiero el caos de Venezuela,
es demasiado invasivo y asfixiante. Pero tampoco quiero caer en la vida de
trabajar para vivir, con dos semanas de vacaciones al año, regalándole tu
tiempo a otra persona, trabajándole en algo que no te apasiona, que no te
mueve, que odias cuando tienes resaca o te trasnochaste.
Hay demasiados trabajos que no
son trabajos, no quiero ofrecer servicios inútiles o vender necesidades
implementadas, convencer a personas de que compren algo que no necesitan,
quiero hacer algo que sea necesario, que colabore un poco con alguna causa
transcendental, duradera, positiva. No necesito todo lo que deseo, quiero tener
para lo necesario y conseguir una forma de monetizar mi talento para vivir de
él. Escribo para recordármelo hoy y la próxima vez que vea esto.
Quiero que me guste lo que haga,
que me dé para vivir tranquila, cómoda y para invertir en otros proyectos, en
viajes y en comer bien, rico y saludable. Últimamente me he servido de los
astros para estructurar un poco mis proyectos y el próximo 31 de agosto
entramos en un punto en el que los planetas se alinean para activar lo que
queremos. Hay que asumir, asumir con responsabilidad y sin miedos, atreverse,
asumir riesgos, asumir y creer que se puede lograr, con los astros de nuestro
lado me parece un buen momento para empezar un nuevo reto.
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