Capítulo III: Mi primer día

El primer día siempre lo recordamos con todos los detalles. El primer día de clases, el primer día en el trabajo, la primera vez que salimos, el primer beso, ¿recuerdas? Me llamaste porque tu exnovia había chocado el carro y fuiste a ayudarla perdiéndote así el concierto de Sabina y Serrat. Estabas ya en el Poliedro y recibiste esa llamada. Imagino lo que habrá pasado por tu cabeza, y luego, llegaste a rescatarla como todo un caballero y tu exsuegra te hizo sentir como si estuvieras sobrando y cuando viste la hora ya era tarde para volver al concierto. Me llamaste, supongo que para no irte sin haber hecho nada a tu casa. Yo estaba en una reunión del campamento. No sabes lo feliz que fui con esa llamada. Me llevaste al antiguo burdel, o al menos eso creí, que era un local nocturno: Cordon blue, que yo decía Gordon blue y tú te reías de mí, y que todavía estoy casi segura de que se dice de las dos formas. Fue una prueba, si no me gustaba un lugar de mala muerte como ese no me invitarías más. Quedé fascinada, todavía conservaban el tapizado de cabaret y las luces rojas. Bohemios, ron y beso. Sin pensarlo mucho.

Mi primer día de esta aventura estaba cargado de novedad, confianza y buena suerte, supongo. Mientras hacía la cola del avión sentí que dejaba atrás al mundo como lo había conocido hasta ahora, que lo que venía ni siquiera podía imaginármelo. En la fila había un chico lindo con cara de extranjero que me encantó como me encantaste tú el primer día que te vi. Estaba vestido con unos pantalones bombachos verdes y una camisa-suéter, que aunque no estaba sucia, parecía, pero su imagen no era nada desagradable ni mal aspecto, era un chico hermoso con el que no me atreví a hablar por pensar que no hablaba español. Estuve pidiéndole al universo que lo pusiera a mi lado, pero no, se sentó lejos, a la derecha. De a ratos me olvidaba de él, tenía una Tablet, no recuerdo de dónde la adquirí. Escribí un mail larguísimo y catártico a mi ex jefe, el dueño de La Guayaba verde. Estaba realmente molesta con él, me había parecido miserable y enajenado. Escribí varias páginas, dormí, comí, llené los papelitos, lo que escribí se borró, mente la madre, volví a dormir, aterricé. Lo busqué, no lo vi más.

Llegué a las 4 de la mañana, vi un par de sillas libres y me amarré a la maleta y al bolso de mano y dormí de nuevo.

Desperté, si es que dormí, cuando ya había sol. Mientras volvía a la realidad visualicé a un chico lindo, claro, ya estaba en Argentina. Le pedí prestado e teléfono para hacer una llamada, la hice, y terminó llevándome a la estación en el mismo taxi e invitándome el desayuno: medias lunas y café (para comenzar la adaptación). Hablamos sobre muchas cosas, me dijo que a los escuálidos les dicen gorilas en Argentina y parece que la Kirchner era muy parecida a Chávez, aunque obviamente Chávez era mucho más carismático. Hablamos de todo un poco. Estaba regresando de un viaje de tres meses por Centroamérica que le había cambiado la vida. Volvía a casa de sus padres, me despedí. Estaba en Retiro, la estación más importante de Buenos Aires.

Le pregunté a una señora dónde podía cambiar dólares y me regaló 20 pesos, mientras se quejaba del país de mierda, el control de cambio, Cristina. Noté que en Buenos Aires se quejan demasiado, mientras tanto yo me sentía en el primer mundo. Yo amo mi país, tú sabes, pero coño, la burocracia, la viveza y el paternalismo petrolero han dejado huella en cada rincón del país.  

Tomé el tren desde la estación Mitre, dirección norte, hasta la estación Virreyes

En Argentina también hay control de cambio, así que no era fácil cambiar los dólares. Le pregunté a una señora dónde podía cambiar dólares y me regaló 10 pesos (a este ritmo nunca iba a cambiarlos). Con eso llamé a José desde un locutorio (centro de comunicaciones en argentino, aunque la palabra me suena a baño) y me dijo que lo esperara en la parada, que iba por mí. Mientras esperaba se me acerca un policía, siempre he odiado a los policías, pero creí que capaz era una percepción venezolana. Comienza a preguntarme de dónde era, yo amablemente le respondí: venezolana (me encanta ser venezolana en otra parte, suena a caribe, chicas lindas y buen clima). Luego empezó a decirme que lo ponía nervioso (cara de ehhh, OK). “Yo te daría todo” (ojos de un lado a otro buscando a mi amigo) “lo que tú quieras” (por qué coño se tarda tanto) “te daría besos allá abajo (What? Busco la cámara escondida), le respondí: “No gracias, muy amable”. Mi amigo llegó: “Hola, lets go!”


Fuimos a su casa, 10 cuadras con la maleta rota. Constitución 2370. San Fernando. Buenos Aires. ¿De pana? ¿Con eso llego? No hay una farmacia cerca, un McDonalds, una mata de mango. No: Constitución 2370. San Fernando. Buenos Aires. Y lo mejor de todo: señor, señora, señorita, chamo: ¿Usted puede decirme cómo llego a Constitución 2370, San Fernando? Claro, te montás en la estación de Mitre en el tren que va hacia Tigre, te bajás en Virreshes y caminás (cuenta con los dedos) 10 cuadras y buscás el número. Yo no sé cómo hace un extranjeros en Caracas, ya para mí que vivo ahí es un estrés encontrar una dirección, llamas cada dos minutos diciendo que te encontraste con un árbol, con un señor de bigotes, un graffitti y por ahí van las referencias. En fin, llegamos. Hogar, dulce Hogar. Una linda casita de tres pisos con taller y terraza. José me invitó a comer, conocí a su roommate, una típica histérica argentina, me bañé  noté que la tipa sacó todas sus cosas de la bañera, de hecho creo que lo hizo evidente, José y yo hablamos un rato y luego a dormir. 

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