No le debo nada a nadie

   El sábado 6 de mayo fuimos a tomarnos unas cervezas con dos amigos. Teníamos tiempo que no hacíamos eso, por la situación, por el miedo a salir de noche, porque no servía la luz en la moto, porque se gasta mucho, porque estamos viejos, en fin, este sábado estábamos por el piso, deprimidos, procesando lo que nos había pasado y decidimos tomarnos unas cervezas con dos amigos.

   Después de la primera cerveza, nuestra amiga comienza a contar una historia de una fiesta en la que se rompió una llave y todos tuvieron que esperar adentro cual teatro. En esa fiesta había una chama llorando en una esquina. Mi amiga, humana, se acercó a preguntarle qué le pasaba, si necesitaba algo. La chama en cuestión se desborda en llanto y le cuenta los infortunios de su vida… y que se encontró unos dólares…
  • -       -           Ya va, ¿Que se encontró unos dólares? – Pregunta Oscar que no deja de pensar ni un segundo en lo que nos pasó.
  • -          Sí Oscar – contesta nuestra amiga con cara de ¡¿será?!
  • -          ¿Tiene un tatuaje en el pecho? – preguntó Oscar para confirmar sus sospechas.
  • -          Sí, es ella, amiga de Melo. ¿Crees que ella se llevó los dólares?- Preguntó nuestra amiga para confirmar sus sospechas.
  •          Es, sin dudas.  

Una semana antes…
  • -          Amor, tengo una deuda, voy a necesitar de nuestros ahorros.
  • -          OK, vamos a ver en el sobre, las cuentas  – dice Oscar prestativo, mientras busca en el closet - Amor, la chaqueta que estaba guindada aquí.
  • -          ¿Qué chaqueta?
  • -          Una vieja que estaba guindada aquí, marrón clara, donde estaba el sobre con todos nuestros ahorros
  • -          Esa chaqueta – digo yo recordando que la chaqueta estaba en “el rincón de los regalos”
  • Salgo corriendo a la esquina de la casa donde había puesto cosas para donar de las que no iba a llevarme al viaje. Está la chaqueta. No está el sobre…

25 de abril por la noche…

   Yo estaba viendo un capítulo de Breaking bad, el último de la segunda temporada. La perra empieza a ladrar, Oscar va hacia la puerta porque ya había visto la serie. Entran Luis Melo y Verónica. Paramos la serie. Saludos, bienvenida, les digo que revisen el rincón a ver si les gusta algo. Busco unas barras de cacao fermentado que Melo había encargado, 3, primero, luego 5. Verónica, una niña de 19 años, flaca y arreglada me pregunta por dos pantalones del rincón de los regalos y un pote de madera de una publicidad de Pampero que iban a botar y yo recogí para regalarlo.
  • -          Esto es lo mejor del mundo – dice Verónica señalando el pote de madera- ¿Puedo llevármelo? En serio…
  • -          Sí – respondo sonriente, que chévere que a alguien le haga tan feliz un pote de madera.
  • -          Muchas gracias.

   Se sentaron un rato en la sala, conversamos, preguntaron por cervezas, no teníamos. Se fueron.

Domingo 7 de mayo…

   Melo quedó en ayudarnos a buscar el morrocoy. Eso también había pasado en la semana del horror. En un barranco gigante se había perdido el morrocoy más viejo de la casa, ese que aparece en las fotos hasta de la abuela.

   El sábado en la noche nos enteramos de quien había sido la persona que se había llevado los dólares. Una amiga de Melo. Esperamos a que llegara a “la búsqueda del morrocoy” y le compartimos la información pidiéndole por favor que nos llevara a la casa de Verónica para negociar que nos devuelva la plata. Melo dice que la amiga le había contado dos días antes.

   Creo que es la situación más rara que he vivido. En el camino a San Antonio de Los altos, donde vive Verónica, le pregunté a Melo y a dos amigos que ese día lo acompañaban y que nos acompañaron a la misión, cómo era la tal Verónica, creo que solo la conocí 30 minutos. Estaba preocupada porque no nos devolviera el dinero, aunque dentro de mi mente ingenua o estúpida, no había motivos para que no nos devolviera una plata que no era de ella. Pensé en la posibilidad de que haya gastado una parte, o incluso, en una escena en la que Oscar y yo le dábamos una parte por haber devuelto todo el dinero. El camino me pareció eterno. Hice mil preguntas: ¿cómo era la mamá? ¿Cómo vivía? ¿Crees que sea mala persona? ¿En qué trabaja? ¿Tiene familiares con enfermedades? ¿Crees que tenga emergencias económicas? ¿Cómo es ella?

   Ella es inestable, tiene una vida complicada, un novio que no la quiere. Vive con su mamá, no tiene más familia en Caracas, viven en una casa humilde en la montaña. Hasta donde la conozco no es mala, aunque tampoco es muy buena y con todo esto no se sabe.

   Llegamos a la casa. Una casa de dos pisos. En el piso de abajo vivía el casero, el señor Guido y arriba Verónica y la mamá, la señora Yelitza. La reja estaba abierta, se podía subir por unas escaleritas hasta llegar a la puerta de la casa de arriba. Tocamos, nadie abría. Oscar se asoma por la ventana y ve a la mamá recostada levantarse asustada. Abre la puerta una señora con una camisa de 100% estudiantes de la UCV, con la mano apretándose el pecho y dice: “Los estábamos esperando.”

   Oscar se presenta muy educado con nombre y apellido y le dice que estamos buscando a Verónica. 
  • Ella no está, pero tranquilos, vamos a devolverles el dinero – dice la mamá mientras yo suspiro y dibujo una pequeña sonrisa en mi rostro- sólo quiero que sepan que mi hija no es una ladrona, ayer estuvimos discutiendo qué hacer con la plata y quedamos en que la devolveríamos si ustedes aparecían. Yo quiero que sea ella quien se la devuelva, pero no me atiende.

   La señora hace que está llamando por teléfono, la hija no atiende, pasa media hora, la hija no atiende, no aparece, la situación se vuelve tensa, la sonrisa se desdibujó en mi rostro, nadie hablaba, nadie se movía.
  • -          Señora, todo en paz, devuelva el dinero usted, no tenemos que ver a su hija, está todo bien, sólo queremos el dinero – dice Oscar tal película de gansters
  • -          Sí, señora, son todos nuestros ahorros … - digo yo como para romper el hielo
  • -          Cero empatía – me dice Oscar mirándome a los ojos con algo de furia.
  • -          Eh…
   La señora entra a su casa, se escucha como revuelve cosas. Sale y nos entrega 160 Euros.
  • -          OK, señora, esto no es todo, no es ni el 10%. Eran 1500 dólares y 200 Euros¿Dónde está su hija? – dice Oscar con tono desesperado.
  • -          ¿Cuánto había? – pregunta la señora con cara de que ella sabe que no es todo pero no tenemos cómo probarlo.
  • -          Mucho más, todo. Todo lo que teníamos – digo yo con la voz más triste que tengo.

   Por fin atiende la hija en el teléfono. La mamá le pasa el teléfono a Oscar y Oscar empieza a decir: “no, sólo queremos el dinero de vuelta, dónde están, si quiere vamos y buscamos a Verónica para que ella nos explique… qué SEBIN por Dios… ella agarró un dinero de mi casa, sólo queremos que lo devuelva… Ahora están por Choroní, que arrecho”.

   Verónica nos había amenazado por teléfono con cárcel a todos por haber ido a su casa usando un amigo. Ella estaba supuestamente en el SEBIN, como si ese fuera el lugar a donde uno denuncia esas cosas. Obviamente no creímos en eso pero si nos pareció inútil estar en la puerta de su casa, sin ánimos de entrar, sin esperanzas de encontrar nada, fácilmente sacó el dinero, y sin expectativas de que volviera a su casa por esos días. Montar el campamento ahí sería inservible.

   A todas estas, mientras esperábamos a que la niña atendiera, Melo le dice a Oscar que tiene cien dólares que ella le dio para cambiarlos y que él quería acumular y ver si podía recuperar más para devolvérnoslo, entre tantas cosas y tantos acontecimientos no le di importancia en el momento en que Oscar me contó, al salir, fuimos a casa de Melo a buscar los 100. Pensé:  “que pana tan bobo”. Luego en la sobriedad de los hechos no entiendo muy bien qué pretendía hacer con los dólares.

   Volvemos a Caracas, habíamos recuperado 160 Euros y 100$. ¿Qué hacemos? Somos unos gallos en estos asuntos, la gente en Venezuela te dice: “manda un malandro, esa con un susto los devuelve”. Y uno que no es malandro, que sobrevive en este sistema de vivos-bobos, piensa que lo correcto es denunciarla, al menos para que la procesen por su delito.

   Retuvimos a Melo, nuestro ahora testigo más importante y nos lo llevamos al CICPC. Antes de entrar tuvimos la deferencia de llamar a la susodicha para evitar todo ese horrible y burocrático proceso. Nos atendió el agente del SEBIN que ahora era abogado y que nos iba a demandar por (palabras rebuscadas de abogado de serie gringa). OK, procedimos. Cuento la historia, más o menos como la he contado hasta ahora, obviando la parte en que nuestra amiga nos contó y pongo a Melo como testigo. Melo también declara. Para mi sorpresa él supo desde el momento en que salió de la casa, fue tanto la emoción de la susodicha que le mostró los billetes en el carro. Él declara no haber podido convencerla y se excusa diciendo que creía que la chaqueta era de otra persona y no de nosotros (aunque la plata estaba en un sobre con nuestros nombres). Su historia luego coincide con la mía. La policía pregunta por qué él no hizo nada, él nervioso contesta que tuvo miedo.

   Casi dos horas después se imprime la declaración mal redactada y con errores ortográficos y hasta biográficos. Fue ahí cuando caí en cuenta de mi error, este sistema está podrido y no sirve desde lo más básico hasta lo más importante. No había baño sino en el calabozo, te tratan como una sifrina  gafa que quiere hacer lo correcto y por detrás están contando los reales que le pueden sacar al acusado, por no decir a la víctima. Ir con la verdad a la policía de este país te hace sentir estúpido y sinsentido, cuando la caraja no le para ni media bola a lo que estás diciendo y se equivoca porque está pendiente de la declaración de el de al lado empiezas a pensar que hubiera sido más eficaz llamar a un malandro. Pero bueno,  no estoy de acuerdo con financiar un sistema que no me cuadra. Ni siquiera le compro a los bachaqueros.

   Al salir, al patio del CICPC, estaba una amiga de Melo que conoce a la susodicha, Oscar y otro pana conversando. Yo empiezo a preguntar si alguien había escuchado de algún caso en el que ir a la policía haya funcionado. La chama me dice que conoció un chamo que pasó 4 años preso por robarse un par de zapatos. “¿Qué? Que loco”. Pensé: pobresito. Uno si es gallo. Melo no salía, tardó demasiado, capaz la que le tocó a él estaba aún más distraída y además tenía unas uñas tan largas que no sé ni cómo logro escribir. Entre conversaciones la chama, amiga de los dos personajes que nos quitaron el dinero comienza a contar cosas sobre la susodicha.
  • -         Ella es muy inestable, es una loquita
  • -          Inestable o no, es una bicha – digo yo.
  • -          Un día me que dijo que a la gente que roba le iba mal – dice ella recordando.
  • -          De seguro, quién sabe, ojalá le vaya mal – digo con un poco de rabia por todo lo sucedido.
  • -          A mí lo que me da miedito es que esa caraja por un problema así se termine suicidando  - dice – es que en serio esa jeva está mal de la cabeza.

   Abrí los ojos de pronto y creo que puse cara de “No me digas esa vaina”. Entré y pregunté si la denuncia era reversible y cuál era el supuesto castigo. Supuestamente, con las pruebas y lo que encuentren sería procesada en el Ministerio público que dictaría su sentencia.  Nos fuimos de ahí y yo no dejaba de pensar en las consecuencias de todo esto, no quería llevar conmigo el sentimiento de vengadora, esa no soy yo, no siento que tenga derecho de decidir en la vida de nadie ni de cambiar el rumbo de las personas, al menos si es para bien no pienso mucho en eso, pero odio tomar decisiones y verme involucrada en cosas de este tipo.

    Esa noche lloré, lloré por lo estúpida que fui al dejar esa chaqueta ahí, por lo mal que está todo, el sistema económico que nos acorrala con una hiperinflación que no te permite ahorrar nada y ni te alcanza lo que ganas, lloré por todo el tiempo que perdimos haciendo ese dinero, tiempo que no se recupera, tiempo que invertimos y que ahora era tiempo perdido. Lloré por la maldad que alberga en los corazones de personas que me puedo encontrar en cualquier parte, por la falta de principios y valores que existe en nuestro “amigo” el que llevó a la chama, un chamo que se quedaba en casa, compartíamos comida, películas, conversas, amistades, en el de la chama que se lleva un dinero de una casa en la que la tratan bien y la reciben con buena vibra, en el corazón de una madre que es cómplice de un delito que su propia hija comete, que no piensa en que también hay una madre que sufre de este lado. Lloré por el sistema judicial que se mueve por su ambición por el dinero, no valoran el concepto de justicia y honor y no les importa tu historia personal, sólo van como unos lobos tras su presa. Lloré por la pobreza de pensamiento, la falta de respeto, la impotencia, las decisiones erradas, el miedo y la indiferencia humana que tantas cosas nos ha traído como consecuencia, lloré por todos los días en que imaginé un futuro mejor, creando y creciendo y que ahora veía tan lejano.

   Al día siguiente, a las 8 de la mañana, la policía estaba llamando a mi celular porque se habían perdido en el camino a la casa de la susodicha. Había dinero de por medio y ellos lo querían. Oscar arrancó en la moto y logró alcanzarlos, se estaban llevando a la mamá de la acusada en una patrulla y le dijeron que nos veíamos en la sede, que me avisara y a Melo y que lleváramos el dinero para declararlo (el que habían entregado el día anterior)

    Llegamos, Melo estaba como si nada hubiera pasado, contándome de lo feliz que estaba de que le habían salido sus papeles, que se iba a Colombia y quería que todo eso se acabara. Lo miré con un poco de odio y en eso un policía me llama para entrar en un cuarto en el que estaban varias personas sentadas y una silla de esas de oficina vacía.
  • -         Siéntate – dice el policía señalando la silla vacía.
  • -          Chama, cuéntanos qué pasó – dice otro.

   Cuento la historia resumida.
  • -          ¿Y por qué no me pediste el dinero? Yo te lo hubiera regresado sin problemas, no tenías que denunciarme – habla una chama vestida como secretaria, pelo negro, cola y cara de ya pagué pero voy a montar el show.
  • -          ¿Qué? ¿Tú eres Verónica? – me pareció ver a otra persona distinta a la que fue a mi casa –  Ay chama, te fuimos a buscar hasta tu casa, todo por las buenas, te llamamos antes de hacer la denuncia para evitar todo esto y nos pasaste a un idiota que debe ser tu novio que si el SEBIN que si tu abogado, deja el show.
  • -          ¿Por qué no le devuelves el dinero? – pregunta una de las policía.
  • -          Cómo le voy a devolver el dinero si ya le di todo lo que tenía – dice la cínica y malparida.
  • -          Yo no tengo pruebas de cuánto dinero había – le dije mirándole a los ojos – pero yo sé y tú sabes que había más, todo nuestros ahorros, que perra eres.
  • -          Espósenla, llévense esa mentirosa pal calabozo – dice otro de los policías. Supongo que siguiendo el guión del show

   Le sacamos copias a los billetes mientras que yo intentaba sensibilizar a los policías con la historia de la casita en La Azulita y los planes frustrados. Nos fuimos de ahí y la verdad, sentí que ya había hecho suficiente, los días siguientes escribí un par de mensajitos para la mamá y un par de mensajitos para la oportunista de Verónica Ginelys García Zerpa, nada amenazantes, quizá advertencias, advertencias de que lo que se hace aquí, se paga aquí, no seré yo quien forje su infierno, ella misma con sus decisiones está trazando su camino. Capaz no se dé cuenta nunca, crea que se salió con la suya por haberse adueñado de una plata que no merece, capaz cree que soy una estúpida y que su viveza la hace más lista. Yo simplemente no quiero seguir perdiendo mi tiempo en fastidiarla unos minutos al día o presionarla para que se angustie o caiga en hueco, tengo muchas cosas que hacer.
    
           Yo duermo tranquila todas las noches, tengo la certeza de que de ésta salgo, aunque ha sido una de las experiencias más duras que he vivido, sobre todo con la situación de país que enfrentamos en estos días, las muertes, la inseguridad, la escasez, lo caótica que está la ciudad, el odio, la violencia. Al menos sé que no le debo nada a nadie, esa tranquilidad me permite ser feliz, tener amigos, confiar y que confíen en mí, amar sin prejuicios, proponer y superarme. Hacer las cosas bien te hace sentir merecedor de las fortunas y la buena suerte de la vida, te permite disfrutar más y sentirte satisfecho y feliz. No cambiaría eso por dinero.  

    Yo sé que decisiones erradas cierran puertas. Caracas es pequeña, y aunque yo no cuente nada, nadie lea esto o se mude de país, sé que quien obra mal, le va mal. Siento que algún día necesitará la misma cantidad de dinero que nos robó para algo más importante: cubrir los gastos de una enfermedad, pagar una deuda de vida o muerte, terminar de pagar una cuota de un carro o de una casa y por no tenerlo y por no tener a nadie a quien pedírselo, sufra. Creo que sería una especie de justicia divina que me gusta imaginar para sentirme amparada.

    Yo en cambio, no me quedé sin nada. Aprendí mucho y sigo aprendiendo: tengo que cuidar mis cosas, darles el valor que se merecen, ser más organizada y más reservada con mis proyectos e ideas. No a todo el mundo se le puede abrir las puertas, aunque no las cerraré completamente, iré con precaución, con respeto y con cautela. No debo contar todo, no siempre las vibras son positivas, desafortunadamente no todo el mundo se alegra al escuchar historias de personas felices, allá ellas con sus complejos y sus carencias, y yo, callar más. Aprendí (o comprobé) que tengo a mi lado el mejor hombre del mundo, que tengo que agradecer todos los días el haberlo conseguido, quien me apoyó en todo y seguimos en equipo para salir de ésta y de todas las que vengan, es mi compañero en las buenas y en las malas. Agradezco haber nacido en mi bella familia que me enseñó los valores y los principios que me han hecho llegar a donde estoy y sentirme bien y orgullosa de ser quien soy. Agradezco tener amigos sinceros y confiables que me echan una mano cuando más lo necesito.   


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