Forrozinho de meu coração

Hace un tiempo estaba en el rolé (así es como le dicen a la fiesta aquí y creo que voy a incluir esa palabra en mi español) y el Dj puso forró (un género musical y danza folklórica que tiene su origen en el Nordeste de Brasil). Ya había bailado algunas veces y una vez pasé las fiestas juninas en Salvador de Bahía que es un mes en el que parte de la fiesta es la presentación de bandas de forró y gente bailando forró todo el día. Digamos que me gustaba, pero creo que hacía un paso mal porque siempre me quedaba doliendo el pie derecho, el dedo pequeño, además, por alguna razón me parecía que tenía que doblar las piernas y encajarlas en el otro, no era una posición cómoda, pero en sí, me agradaba. 

Esa noche bailé con un tipo con el que me conecté, el forró también no era tradicional como los que había estado acostumbrada a escuchar, era más un xote que es un poco más lento y sensual, quedé con la impresión de un abrazo cariñoso, sensual y caluroso, me encantó, sentí que sabía bailar. 

Hace casi 3 anos que soy emigrante y soltera hace uno y medio, soy arisca y no me gusta que me toquen, pero confieso, me hacen falta los abrazos. Esa unión de dos cuerpos que a veces se siente como si calzara uno en el otro, ese calorcito humano que calienta el corazón, oxitocina para crear vínculos y sentir confianza.

Antes sólo me atrevía a bailar con mi ex. Siempre repetía la misma excusa: no sé bailar. Algunos me instaban a más y yo me dejaba llevar, pero no iba a ningún lado, me avergonzaba tropezar con los pies del otro y me endurecía. Crecí con la creencia de que no sé bailar, cantar o tocar algún instrumento, como si eso no fuera para mí. Tengo muchas habilidades manuales y pensé que cada quien sus talentos, los musicales no se me dan, no podía tener todos. Recuerdo una vez que mi mamá fue a buscarme a una fiesta que tenía karaoke y creo que tuvo que esperarme un rato afuera hasta saber que había llegado, no había celular en la época, creo que tendría unos 15 años. Me monté en el carro extasiada de cantar en el karaoke y mi mamá me dijo: "mami? eras tú que estabas cantando?" - Sí - respondí sonriente. Y ella se ríe y lanza un comentario inocente que me acompañó como una certeza durante muchos anos. Fui creando comentarios "chistosos" como que "hasta el cumpleaños lo canto desafinado" (lo cual creo que es cierto) o que alguien tiene que cuidar las carteras, para no bailar, y otros del tipo: yo prefiero fiestas en las que pueda conversar. Sin embargo, siempre que podía bailaba: sola, o la típica: no soy de aquí, no bailo bien. Pero bueno, para hacer el cuento corto: nunca creí que alguien iba a decirme algo como: "bailas muy bien"... hasta ahora me cuesta un poquito creérmelo, volteo a ver si era a mi que me hablaba o si hay una cámara escondida y es todo parte de una cruel ironía. 

Una vez escuché un programa que hablaba sobre tener ritmo y cantar bien, supuestamente todos tenemos la capacidad, algunos precisan desarrolarla, estudiar, trabajarla, sobre todo desprogramar la mente de creencias limitantes. De alguna manera me dio un poco de esperanza. 

Una otra noche en el Bar do Zé. El Bar do Zé es ese lugar donde uno hace la previa, yo generalmente me quedo ahí, porque es tan cerca de mi casa que me vence la pereza de volver desde otro lugar. Ese día, esa noche, habían varios conocidos y varios estaban convenciendo a los otros para ir al forró, que era un grupo en vivo, que son muy buenos. Ese día, esa noche, estaba animada a salir. No sé si fueron los roncitos mezclados con Gin tonic, la luna o los astros, la galera, los músicos, el lugar, la música o la danza en sí, pero ese día me enamoré del forró. Y tal como alguien que te gusta, quería verlo cuando fuera posible, buscaba dónde había forró, me metí en clases y hoy me llamo Michelle y soy adicta. 
 
En Río de janeiro hay forró todos los días, y no solo uno, hay para escoger, generalmente tocado por músicos en vivo. Hay sus consumidores asiduos y los esporádicos, los músicos y los que bailan, y los músicos que bailan, los turistas y los tímidos que les gusta observar. Esta es una ciudad muy musical. Me atrevería a decir que Brasil, pero no lo sé. Sé que aquí 8 de cada 10 toca algún instrumento, canta, baila bien o le da con un palito a una botella y le sale increíble. Hay mucha música en la calle, gente tocando en todas partes, te responden cantando, a veces llega a ser desesperante. Y hay una cultura forrozera que estoy conociendo y en la que me siento encajada. Ya he escrito varias veces sobre mi desencaje estructural en los grupos, lo cual no me hace sentir mal, lo he aceptado como algo diferenciador en mí, con cierto orgullo. La gente va para allá porque le gusta la música y bailar (con un otro) y siempre hay algún lugar para hablar y descansar. La gente se acerca amablemente a invitarte a bailar, generalmente no hace falta que hablen. 

He estado frecuentando estos rolés y experimentando bailar con el que me proponga e invitar a quien me gustó. He bailado con gente que suda y no me gusta su olor y me he embadurnado de sudor de otro que me encanta. He bailado con hombres y mujeres, con gordos y flacos, altos y bajos. No con todos ocurre la magia pero cada vez me pasa más, también cada vez conozco más personajes del rolé forrozero y también soy más selectiva.
 
No es un baile al que vas en pareja, no diría que todos son solteros pero independientemente uno va a bailar con varios, una canción por persona, a veces menos, a veces más, tal vez repites horas más tarde. Algunos les gusta llevarte y si te dejas y saben cómo hacerlo puede ser increíble, a otros les gusta ser llevados pero sin que se den cuenta de que están siendo llevados, a otros les gusta bailar bien pegado al cuerpo del compañero, otros prefieren las vueltas y los pasos más abiertos. 

Al principio, generalmente me dejaba llevar, para las mujeres puede ser más fácil ir a bailar, aunque a mi me parece difícil dejarse llevar, así que decidí tomar clases, cerca de mi casa hay una escuela de danza, se puede ver desde afuera a la gente aprendiendo a bailar varios tipos de danza, pero no me convencían, parecían muy mecánicos, pierna izquierda al frente, vuelve, pierna derecha atrás, izquierda al frente, derecha atrás, izquierda al frente, derecha atrás, hasta que se convertía en una consigna política. Llegué a averiguar precios y horarios, pero no era eso lo que quería. Un día una amiga me dice: vamos a la aula de Ian, es un forró deconstruído, la galera es la del Sexteto Sucupira (el grupo con el que me enamoré del forró, que hacen una mezcla de forró tropical, gitano, arabe, jazz, cumbia, carimbó, etc). Eso era lo que estaba buscando. Ian es un excelente profesor, no sé todavía si baila bien o mal pero te enseña a comunicarte con el otro y contigo mismo. Entendí que para bailar hay que entender el lenguaje de la danza y comenzar a hablar en esa lengua, estar presente. Nunca había pensado en eso. Pensaba que bailar era seguir instrucciones, saberse los pasos y aplicarlos, que había algo de ritmo, pero no es sólo eso, o tal vez ni siquiera es exactamente eso, es más simple y más complicado, es estar presente. Estar conciente de tus movimientos y los del otro, aprovechar el flow, si te equivocas haces otro paso, si te enredas te sueltas de una mano, si pisas al otro te ríes, si te pisas dices que no hay problema, hablar lo mínimo o lo que no sea obvio, comunicarse con el cuerpo, dejarse llevar, sentir la música y olvidarse del mundo.  


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