Capítulo I: La decisión

Por no saber cómo comenzar, nunca comienzo. No sé si es a esto a lo que se le llama procrastinación. Por alguna razón me he sentido identificada con esa palabra, incluso antes de saber su significado. Primero, pasé varias semanas para encuadernar las hojas donde escribiría esto, después varias semanas buscando el marcador perfecto, con el grosor perfecto, la tinta perfecta, la portada perfecta, la silla y la mesa perfecta, luego, el tiempo para escribir en estas hojas y para colmo, qué voy a escribir ¿Cómo?

Hay una persona a la que me gustaría contarle todo (o casi todo) y que capaz nunca lo lea, esta idea me ha rondado por la cabeza por un buen tiempo. O va a ser un "querido diario..."  o lo escribo pensando en artículos para un blog, o no escribo un coño de su madre. La primera idea es la más romántica.

Bueno, amor, todo comenzó cuando lo nuestro terminó. Quedarme en Caracas se hacía insoportable, inseguro e impagable. Finales del 2013. Maduro había ganado las elecciones presidenciales que se celebraron en marzo con el 50.61 % lo que quiere decir que la otra mitad, mi mitad, estaba en descontento con los resultados electorales de ese año, además, daba impotencia ver el futuro de Venezuela en manos de un ser que a simple vista se veía que todo le iba a salir mal. No sé si me complace decir que así fue, pero esa no es la historia, es el contexto.

Ya había terminado la Universidad en marzo, mi vida pasó de estar todos los días pensando en la tesis a un vacío triste y profundo del cual no tenía ni siquiera noción. Mis días iban pasando entre el trabajo de mesonera en un bar gay alternativo, playa, alcohol y uno que otro culo que no llegaba a ser nada. Así pasé meses, esperando reunir 1000$ que era la excusa por la que no había salido. A todo el mundo le decía que estaba por irme, pero no había ni averiguado los precios de mi salida. Oscar dice que contar los proyectos es una mala idea porque la gente te felicita por tu idea y por pensar en realizarla, y eso de por sí te da una satisfacción que en vez de incentivarte a seguir, muchas veces, te satisface lo suficiente como para no seguir. Imagino a esos escritores de una gran novela que siempre están escribiendo la segunda y nunca adelantan nada. Así estaba yo, sin ninguna gran obra, mi vida era una vida inútil e improductiva.

Para ese tiempo me mudé a casa de mi mamá. Después de casi 6 años que no vivía con ella. Es, sin dudas, una transición difícil en la que sientes que retrocediste en vez de avanzar. Tenías razón, a los 18 los hijos deben desentenderse de sus padres. Además, era lejísimo, más lejos de lo que recordaba. Vivía con Londoño, mi amigo gay inseparable. Will & Grace, mi mamá y mi hermana. A veces me quedaba días y días en casa sin hacer nada, en ese estado en el que no sabes que estás deprimido porque el ánimo parece no darse cuenta. No pasaba nada, era sólo ese letargo de la inercia del ocio, que me estaba volviendo loca.

A veces, por la cercanía con el resto del mundo, iba a casa de mi abuela. ¿Recuerdas? No sé si para ese tiempo había empeorado o yo pasaba más tiempo en la casa.

Caracas cada vez más insegura, cada vez menos amigable. Salir a la calle sin tener cómo regresar era tenebroso. Los cuentos se acercaban más, ya no era un caso aislado a quien secuestraban, ahora tocaba la puerta del vecino o le pasaba a un primo tuyo.

Sí algo le agradezco a la crisis económica de ese momento fue el precio absurdo por el que conseguías los pasajes de avión. 90$ un vuelo a Buenos Aires con escala de los días que quisieras en Río de janeiro, por ejemplo. Mi pasión era Brasil pero no sabía nada de portugués e ir era para quedarse así que no conocería mucho. La verdad, no lo pensé mucho. Compré un pasaje a Buenos Aires para el 12 de enero, un día después del cumpleaños de mi papá y como 6 días después de tu partida, de nuevo. O me iba de Venezuela o Caracas me consumiría.

No recuerdo el día en que me compré el pasaje pero recuerdo que los meses, semanas o días que pasaron fueron una pesadilla. Tu viniste a Venezuela, yo estaba emocionada, no sé por qué creía que todo seguiría igual, fui al aeropuerto el día que llegaste y me volteaste la cara cuando me disponía a darte el beso de bienvenida. El viaje de regreso a tu casa desde el aeropuerto casi me pongo a llorar. No entendía nada. Luego me explicaste que tenías una novia y no querías montarle los cachos. Quería matarte, por qué no me mandaste las señales correctas, querías mantenerme ahí para siempre, sabías que iba al aeropuerto, me llamabas, en fin. Pasaste como un mes aquí y no me diste ni un beso. Bueno, sí, uno, casi el día que te ibas como para limpiar tu arrepentimiento o seguir teniéndome ahí, donde ya estaba, con besos o sin besos. Que mal que la pasé.

Recuerdo que pasamos dos matrimonios y un 24 de diciembre juntos y nada pasó. Por eso decidí irme el 31 de diciembre a Chuao y me olvidé de ti, por primera vez me desentendí, te solté y lo percibiste a mi vuelta y me diste un beso. Hasta ahí debió quedar todo, pero no sé qué carajo pasaba entre tú y yo que no podíamos despegarnos, ¿Esto era el gran amor? ¿El amor de mi vida? No sé, pero agradecía tener un pasaje en mano para huir de ese dilema. Desde entonces empecé a escribirte, sin que supieras, sin prejuicios, sin ánimos de que estas palabras llegaran a ti algún día.


A veces creo que cuando estamos estancados y frustrados tenemos que salir de nuestra zona de confort (aunque esa frase suene demasiado cliché). Ahora veo hacia atrás y aunque no tengo certeza de qué hubiese pasado si me quedaba, no me arrepiento en lo más mínimo de haber iniciado esta aventura. Creo que fue la decisión correcta. 

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